Ya desde su mismo título, Himinam, una palabra celta que significa “cielos”, el lector tiene un leve atisbo de su temática: la existencia vista a través de nuestra relación con el Universo. Y es que la poesía de Germaïn se nutre precisamente de esa dualidad entre la realidad interior de nuestro ser y la realidad exterior del cosmos: Galaxias doradas,/ espectros suaves de perros lunares,/ agujero imán/ que inyectas el juego/ de ciertos seres nuevos/. O como cuando dice: El espacio se abre/ no hay recoveco donde refugiar/ el aterrador salto sideral./ Sólo el valiente podrá/ asirse desnudo a la nada/ y convertirse así/ en el ser que esperaba/. Pero no en todos los poemas se advierte la intención de establecer, a partir de imágenes metafísicas, un nexo poético entre lo interior y lo exterior. En otros, más terrenales, es fácil adivinar una zona de cierta perplejidad existencial que la autora trata de convertir, a fuerza de versos sobrios, en certidumbre: La muerte es un signo inmenso/ que no se conoce/ hasta que sucede./ Alguien muere en tu mirada/ y tu mirada cambia/ aunque algo quede/.
Así, los poemas de Marina Germaïn se balancean equilibradamente entre dos propósitos que, aunque opuestos, no se excluyen. Por una parte, la búsqueda (con toda la urgencia de su conciencia expandida) de respuestas al significado del mundo: Un satélite gira/ hace cuatro mil años/ vestigio escondido tras el dato sabido/ vueltas no dichas/ por acaso particulares/ y por los que saben/ que no es fácil saber/ que nuestra historia ya estuvo anunciada/. Y por la otra, la necesidad de encontrar -en la realidad de la vida- un camino de esperanza para sí misma: Cuando todos se hayan ido/ recogeré los dinteles de las puertas/ resolveré algunos lazos entramados/ y verteré agua en tu refrán/. Y si además,/ algo guardase/ espero verte en lontananza/ y tras la estrella/ que has dejado/.
Himinam es un poemario muy logrado. Su lenguaje se adentra en temas que, aunque complejos, provocan un despertar del sentido de la vida. Sus versos pueden ser universales y a la vez, íntimos y sencillos. Algunos tienen un matiz de leve subjetividad, mientras que otros, a fuerza de ser más introspectivos, terminan refugiándose en la espiritualidad. Sin embargo, todos tienen un denominador común: un depurado lenguaje literario.
“Himinam”, la poesía no ha muerto
por Manuel C. Díaz
ESPECIAL/EL NUEVO HERALD
23 de octubre de 2011
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