Teatro VI (Hoy es siempre todavía | La recepción La familia de Adán | Propiedad en venta | A la luz de un relámpago)

$15.00

SKU: 978-1-936647-42-2 Category:

Book Details

Dimensions 8.5 × 5.5 in
ISBN

978-1-936647-42-2

Páginas | Pages

170

Año | Year

2020

Tipo | Type

TAPA BLANDA / PAPERBACK

About The Author

Guillermo Arango

ACOTACIONES
(Palabras del prólogo)

El teatro, como todo arte, exige para su realización un profundo conocimiento y no sólo técnicamente, como dominio de un instrumento de trabajo, sino que por su complejidad requiere una formación amplia y al mismo tiempo una conciencia perfectamente clara y rigurosa de los objetivos que se preponen en toda labor teatral.

Cada problema dramático requiere un peculiar tratamiento escénico, o sea, el medio de expresión más eficaz al servicio de un tema. Así, con la alegoría se pueden lograr equivalencias sencillas y clasificadoras; con la farsa, pugnantes sarcasmos. Son modos creadores legítimos para determinadas obras. El trabajo del dramaturgo consiste en la hábil distribución de sus dispositivos de expresión escénica. Una manifestación, lo más transparente posible, en el esclarecimiento de la realidad humana, que se dilata como el oxígeno en el aire.

He aspirado siempre a una forma de teatro basado en la observación de la conducta de los seres humanos cuando, conscientes o no de cómo se comportan, y se expresan en diálogos irracionales y espontáneos, de lo que resulta un absurdo a veces humorístico, a veces trágico y angustioso, siempre, esperamos, inteligente. Mi teatro no marca con claridad, tal vez, por donde van los gustos del público, de la exigua sociedad que va al teatro o que lee poesía. No obstante, ofrezco ahora estas cinco piezas, Hoy es siempre todavía, La recepción, Propiedad en venta, La familia de Adán y A la luz de un relámpago, que siguen derroteros radicalmente diferentes. Pero yo no soy quién para explicar mis piezas. Su entendimiento estará en manos de aquellos que las reciban. En ellas lo real y lo irreal se mezclan, no tan caprichosamente como pudiera parecer a simple vista, sino por razones muy concretas. Creo que la realidad tiene mucho de disparate, tanto como el disparate de realidad.

«Háblame de tu interés y te diré quién eres», nos decía Ortega. Soy un autor fogueado en otras lides literarias, pero mi acontecer dramático no es inusual. Escribo abierto a todas las posibilidades. Me dejo guiar por el capricho y la imaginación y la fantasía. Confieso no haberme distanciado de normas, modos y modas, generalmente consideradas imprescindibles. Sé muy bien la altísima calidad —reiteradamente comprobada— que cabe en las formas tradicionales de hacer teatro, y no se me oculta la carga de pedantería que tiene a veces la pura exhibición de “novedades”, que, de otro lado, dejan muy pronto de serlo. No se trata, por supuesto, de negar los valores de la vanguardia y su estímulo intelectual. Pero no nos aventuremos en ese territorio, que “eso es otra historia”, como diría Kypling, y nos llevaría muy lejos esbozar su somero análisis.

En la actualidad sabemos que, si antaño Civilización y Cultura estaban íntimamente unidas, hoy se hallan rotundamente disociadas. Todo periodo dramático o toda dramaturgia nos traen su propia visión de lo trágico y de lo cómico. La vocación del autor es la de trascender, o dicho de otra forma, ser algo más que el creador de ilusión, tratando de ir más lejos de las metas que señalan la literatura y la estética. El arte no tiene por qué ser inequívoco. Si así fuera, no necesitaría el autor dramático —oficiante de un rito colectivo— pedir lo que siempre pide con ahínco: la colaboración del espectador.

Sin que tuviera tiempo de ser un adicto de las tendencias que nos ocupan, Stanislawski, uno de los animadores que más ha meditado sobre los problemas dramáticos, aventura una fórmula de reconciliación cuando escribe: «La tarea consiste en introducir la vida dentro de la escena, evitando la rutina —que mata la vida—, salvaguardando no obstante las convenciones escénicas.» Hallar en suma el punto convergente de esos dos polos para redoblar la significación y hacer más patentes los conflictos. Aristóteles nos decía que «vamos al teatro para ver cómo lo que siente un personaje es transformado por los acontecimientos.»

«El teatro no puede cambiar el mundo —nos dice Peter Brook— pero sí puede darnos un respiro.» La mayor dificultad que la literatura dramática nos plantea es la alternativa de “teatro como texto” o “como espectáculo”. Porque hay una relación más directa entre “actor-espectador” que la de “lector-texto”. La vida del escenario es, sin duda, muy distinta a la del libro. Así, tenemos autores injustamente condenados a permanecer encerrados en las páginas del libro, víctimas de un medio cultural y de un sistema. El lenguaje es esencial, pero hay quienes lo sacrifican ante otros sistemas sémicos implicados en la representación. Roman Ingarden basa su perspectiva teórica en la postura fenomenológica en la cual el texto principal —el diálogo— y el texto secundario, o sea, los otros sistemas de signos verbales implicados, mantienen una intensa interacción.

Un escrito, aunque sea con palabras decididas y certeras, es siempre una incógnita. Siempre tiene algo de misterio. Aquel que escribe tiene que valerse de medios para mantener despierta la atención de su lector. Los dos comparten la aventura de la narración. Cuando leemos hacemos algo más, mucho más, que enterarnos de una historia con palabras y frases. Las palabras son forma y contenido, no significan lo que dicen sino lo que quieren decir, o lo que el dramaturgo quiere que digan. Se formula una suposición para dar una información. Se puede uno reír o llorar ante la lectura de una obra de teatro. Como se puede cerrar el libro para desahogar el enojo que le causa o la idea que contiene, o seguir leyendo para no alejarse y perder el posible mensaje que lleva. La aventura grande de leer empieza allí donde antes había sido grande la aventura de escribir: en el mundo de las letras. La palabra es símbolo y son simbólicos el leer y el escribir. No es la inteligencia sino el corazón el que traduce esos símbolos a la realidad de las dos aventuras magnas del vivir humano.

 

GUILLERMO ARANGO

 

 

 

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